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Nos guste o no, tenemos que reconocer que el asunto este de la navidad se nos ha ido de las manos.
Atrás quedan aquellos tiempos en los que la navidad empezaba cuando tenía que empezar, es decir, un par de semanas antes de la nochebuena; tiempo esperado durante buena parte del año y especialmente a medida que la fecha se iba aproximando en el calendario.
De este modo, a principios de diciembre comenzaban los escaparates a poblarse de mercancías propias de la época, bien juguetes, dulces navideños u objetos de otro tipo relacionados con el leitmotiv de la celebración.
En paralelo, las calles de las ciudades se iban iluminando con campanas, estrellas y otros humildes motivos luminosos más, esperados por todos con ansiedad, y que daban sentido a aquella entrañable época del año al tiempo que por algún altavoz estratégicamente ubicado sonaban conocidos villancicos para animar el ambiente.
Tampoco era infrecuente que alguna ocasional nevada aportara su romántico punto de decoración natural a todo aquello.
Pues bien, sin saber muy bien ni cómo ni porqué -o sí- las navidades empiezan ahora cuando le viene en gana a los centros comerciales.
Este año he ido a comprar unas chanclas para la playa porque se me habían roto las de la temporada, y en su lugar, en vez de chanclas, había una variedad de turrones, mazapanes y polvorones al amparo del aire acondicionado que paliaba las altas temperaturas reinantes a finales de verano mientras la gente se torraba al sol en las playas.
Llámenme raro, pero no me veo comiendo polvorones y turrón duro, en la playa a 30 grados, al menos en Galicia que es mi tierra, y mucho menos a casi tres meses vista de las señaladas fechas.
Esta locura por precipitar el inicio de la navidad no va con el municipio de Meis que, sin darse mucha prisa, se encontraba colocando la iluminación ya pasados los días de nochebuena y navidad, como nos indica el titular de hoy.
Tranquilos, no hay prisa; ¿o es que son ya las del año que viene?
De todos modos, este entusiasmo por adelantar y potenciar la celebración navideña por parte del comercio, muy especialmente las grandes superficies, contrasta con lo romo de los gobiernos de turno a la hora de dar visibilidad a esta tradición tan arraigada en nuestra sociedad.
Resulta que al señor que le corresponde gobernar en estos momentos a nuestro país, no le gusta la navidad, o, al menos, no le he visto pronunciarse de forma entusiasta sobre ella.
En un escorzo nihilista, haciendo gala de la transversalidad, pluralidad, diversidad, globalidad y no sé cuántas gilipolleces más terminadas en -dad, que ha puesto de moda semántica el caballero en cuestión, también ha decidido suprimir el belén de su residencia oficial; cómo si el Niño Jesús tuviera algo que ver con sus posibles carencias emocionales.
Vamos a ver, las fiestas son para celebrarlas, y si no se cree en ellas, pues no se celebren y punto.
Habrá que ser algo coherentes, digo yo.
En principio, no conozco todavía a ningún ateo confeso que se pase las fechas navideñas trabajando, en vez de celebrarlas por no creer en ellas (verbigracia, el citado); tampoco a anticonstitucionalistas y antisistema, que cobran por serlo, que no apuren hasta el último minuto el puente de la Constitución para realizar cualquier actividad lúdica que nada tenga que ver con el trascendental acontecimiento que tampoco celebran, pese a ser lo que les permite comer caliente todos los días del año.
En principio, no conozco todavía a ningún ateo confeso que se pase las fechas navideñas trabajando, en vez de celebrarlas por no creer en ellas (verbigracia, el citado); tampoco a anticonstitucionalistas y antisistema, que cobran por serlo, que no apuren hasta el último minuto el puente de la Constitución para realizar cualquier actividad lúdica que nada tenga que ver con el trascendental acontecimiento que tampoco celebran, pese a ser lo que les permite comer caliente todos los días del año.
En la misma línea de pretendido post-modernismo se sitúan otras intervenciones y performances impropias de quienes están al frente de gobiernos locales representando a toda la población y no solamente a sus votantes y palmeros actuales y potenciales.
Exabruptos como los exhibidos en Barcelona, Madrid, Coruña y otros más, no hacen más que confirmar la indigencia intelectual que caracteriza a sus promotores a la hora de respetar las tradiciones y su afán por hacer desaparecer cualquier vestigio que nos identifique como pueblo, al margen de cualquier consideración religiosa con la que podamos estar más o menos de acuerdo.
Habrá, pues, que rogar a los señores que circunstancial y temporalmente -no se olviden de esto último- en estos momentos rigen nuestros destinos, que dejen las cosas como vienen estando los últimos dos mil años y respeten las tradiciones que, sin duda, permanecerán durante muchos años más pese a sus efímeros y talibanes esfuerzos.
"Sic transit gloria mundi"