sábado, 23 de febrero de 2019

Enfermos a hombros


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Malestar en A Illa porque en el ascensor del centro de salud no caben las camillas

 El personal médico tuvo que bajar en alto en peso a una mujer que se indispuso cuando estaba en la primera planta.








Cuando veo un caso como este, inevitablemente me viene a la memoria la anécdota del paisano que construyó una embarcación dentro de un galpón sin reparar en que para sacarla de allí no le cabría por la puerta y, al final, tuvo que tirar el galpón entero como pírrica solución a tamaño despropósito y falta de sentido.




En cualquier caso, este fallo de cálculo es hasta cierto punto disculpable atendiendo al menguado nivel intelectual de su protagonista.

Lo que ya no tiene perdón de Dios son los casos como el que ocupa hoy el titular del periódico; aquí, a diferencia del paisaniño del galpón, ya interviene gente estudiada fácilmente identificable por lucir cascos blancos para proteger la cosa con la que piensan, de cualquier golpe accidental que les pueda afectar a la materia gris que les permite ejercer su profesión con decoro.








El centro de salud de A Illa da Arousa ha sido el lugar elegido por la casuística en esta ocasión para revivir el affaire del galpón, pero en este caso a la inversa.
No es que no pueda salir, es que no puede entrar.

Resulta que en el centro de salud se hacen unas obras, pladur por aquí, escaleras por allá, y en esas incluyen un ascensor nuevo, porque de segunda mano, para esto, como que no procede.

La reforma concluye, todo muy bonito y jí-jí-jí, já-já-já, pero cuando llega el primer paciente en camilla para subir en el ascensor, le sobraban dos cuartas por cada lado a la camilla o le faltaban centímetros a la puerta del ascensor, como se prefiera.








Conclusión, que hubo que transportar al primer perjudicado que llegó al centro "a la silla de la reina" hasta el lugar de la consulta, como alternativa a la camilla que no se encogía.

Otra cosa fue cuando se cruzaron con una señora, que se tenía peor en pie que el anterior, y que, como "a la silla de la reina" se les caía para los lados, la tenían que llevar a hombros entre los abnegados facultativos, como si fuera el Cristo de la Buena Muerte.






Convendría sugerir a los responsables de que se haya formado este circo en el centro de salud que, para la próxima vez, tomen una cinta métrica y comprueben si las dimensiones del ancho y largo de las camillas son compatibles con el habitáculo del ascensor, y adquieran uno que se adecue a este menester.

Tampoco se tienen que esforzar en cálculos extremadamente complejos.

Entre dos ingenieros, se mide la camilla, se mide el ascensor, y punto; eso sí, deberán cuidar que el ascensor sea más amplio que la camilla, no vaya a ser.










Más que nada, para que los sanitarios atiendan a lo que tienen que atender sin que tengan que hacer, además, de improvisados mozos de carga y en aras de un mayor confort para los pacientes y, de paso, dejar la "silla de la reina" para los juegos de niños y el porteo a hombros para los legionarios.

jueves, 21 de febrero de 2019

Cura borracho

Prisión para un cura tras ser interceptado tres veces mientras conducía ebrio






Conste que no tengo nada en contra de la mayoría de los curas ni de los borrachos; cada quien es dueño de escoger la profesión que Dios -nunca mejor dicho- le dé a entender, o también beberse lo que le venga en gana, o ambas cosas juntas a la vez.

La noticia de hoy nos informa de la conjunción de ambas en la misma persona.

Lo que recordamos como sacerdote clásico nacional, de siempre fue una raza muy aficionada a los placeres de la mesa, concretamente al comercio y al bebercio.
Este sujeto, en las zonas rurales se prodigaba en celebraciones familiares y reuniones gastronómicas interparroquiales, es decir, con otros colegas de parroquias cercanas cuando no se requería su presencia en festejos locales, dado que no tenían el don de la ubicuidad, privilegio solamente al alcance de su Jefe supremo.







Con el Concilio Vaticano II, les sobrevino el primer aviso de que la cosa tenía que cambiar; una de las consignas propugnaba mayor aproximación a los fieles, cuestión que algún papador irredento interpretó libremente como asistencia a más banquetes a cargo de la entregada e incondicional feligresía.

No obstante la Iglesia se fue adaptando a los tiempos, y los modernos clergyman fueron sustituyendo a las sobrias sotanas que hasta entonces disimulaban mejor las prominentes barrigas de los presbíteros gastronómicamente promiscuos.







De este modo el pecado capital de la gula, omnipresente a lo largo de los tiempos entre el clero, fue remitiendo hasta nuestros días, mejorando notoriamente la raza eclesiástica en su perímetro abdominal, hasta el punto de que algún sacerdote bien podría confundirse con un futbolista o un youtuber de éxito.







Nada que ver con todo lo anterior.

De todos modos, siempre queda algún irreductible como ocurría en los comics de Astérix y Obélix en La Galia.

El titular nos informa de la entrada en prisión de un cura, más amigo del vino que del agua, tras haber sido detenido tres veces por su empecinamiento en conducir "mamao", o sea, ebrio.

Confío en que su abogado presente como atenuante el hecho de que, a causa de la crisis vocacional, el sufrido sacerdote tenga por obligación atender a varias parroquias, oficiando misa diaria en todas ellas, de tal forma que sin pretenderlo se mete entre pecho y espalda otros tantos copazos de mistela, a razón de uno por parroquia y celebración, siendo esta, y no otra, la noble causa de sus deslices etílicos.










Y, verdaderamente, seis o siete obleas como acompañamiento, por muy alimento espiritual que puedan ser, no constituyen soporte alimenticio suficiente para asentar tanto copeteo.

A todo esto, creo que si el reo le ruega a Su Señoría la absolución, prometiéndole contrición, dolor de los pecados y propósito de la enmienda, dependiendo de la filiación del Juez, este podría emitir un "ego te absolvo" y dejar al fenómeno suelto hasta que vuelva a pillar la próxima cogorza, coja el coche y se encuentre de nuevo con los señores de verde, confundiéndolos con cofrades de la Virgen de la Esperanza y cantándoles la salve marinera cuando le paren.







Y entonces, vuelta a empezar.

domingo, 3 de febrero de 2019

Camas por los pasillos


Según el Sergas, no existe riesgo laboral con los pacientes en los pasillos






Si le preguntas a un ecuatoriano lo que es un pasillo, te responderá sin dudar, que se trata de un género musical muy de aquellas latitudes, popularizado, entre otros, por Julio Jaramillo quien, para los no iniciados, viene a ser el Manolo Escobar de Ecuador, para entendernos.






No obstante, volviendo a nuestra patria y al margen de otras acepciones, los pasillos, hasta donde la RAE y yo entendemos, son lugares de paso que comunican diferentes estancias de una vivienda o edificio.

Tal definición, en cierto modo los condiciona a ser unos lugares libres de obstáculos, adornos y cualquier tipo de objetos que pudieran reducir su ya de por sí angosta superficie, dificultando la libre circulación a su través, que es para lo que fueron diseñados.






Pues bien, a juzgar por el titular, el SERGAS parece desconocer el significado de la palabra pasillo, o si lo conoce, ha decidido darle otra utilidad.

¿Cómo va ser normal que los pacientes esperen en los pasillos? 

Aunque las camas en los pasillos, lamentablemente, ya han pasado a formar parte de nuestro paisaje, al igual que lo han hecho también los eucaliptos, los plumachos de la Pampa y los perriflautos.

Hay días que aquello parece la feria de Monterroso.






Y bien, sobre las esperas, lo razonable sería que, por tratarse de una urgencia, no tuviesen que esperar ni en el pasillo ni en ningún otro sitio.

Incluso cuando vas a Hacienda, sitio desagradable para muchos contribuyentes pero al que hay que ir igual que al Sergas, no te ponen a esperar sentado en la acera de la calle, ni en ningún pasillo, tienen un lugar habilitado para tal fin.

Contraviniendo la desafortunada declaración de hoy, creo que los pacientes estarían mejor que en los pasillos, en el despacho del director del centro, reubicando al caballero en cuestión en la cafetería del hospital de forma transitoria, ya que las más veces alegan transitoriedad en este tipo de situaciones y no supondría un trastorno excesivo.

De paso, los enfermos estarían más cómodos -que falta les hace- y la cafetería vendería una consumición más para el director y algunas otras más para los que fueran a despachar con él.






No es infrecuente que responsables de estos desaguisados apelen a "picos de gripe" y otros asuntos coyunturales para justificar lo injustificable.

Miren ustedes, los picos los tienen los pájaros, así que déjense de pajaradas y solucionen el asunto antes de que, aparte de los pasillos, se empiecen a utilizar también los baños para acomodar dolientes y pase a considerarse también un asunto "normal".

viernes, 1 de febrero de 2019

bombillas a la plancha


Las futuras bombillas serán de proteínas







Del dicho aquel de "eres tonto o chupas grifos", habrá que ir cambiando el modismo "chupar grifos" por "chupar bombillas", excepto para aquellos que padezcan ferropenia, que tendrán que seguir chupando grifos como venían haciendo hasta ahora para su equilibrio nutricional.

Esto viene a colación de la noticia que nos advierte de la inminente llegada de las bombillas de proteínas.

Supongo que las habrá de diferentes sabores, fresa, chocolate, vainilla...; porque yo estuve lamiendo una y la bombilla es, de por sí, cuando menos, insípida.






También tendremos que escoger entre las diferentes marcas y orígenes.

Esto va a ser igual que la diferencia entre los huevos de granja y los camperos; del mismo modo que ocurre con los huevos, no va a ser igual una bombilla "de los chinos" que una bombilla más artesanal hecha en una fábrica de Lugo.

No sé qué dirán acerca de la preparación culinaria los chefs, libros y blogs de cocina, tendremos que esperar que se pronuncien al respecto, pero con el rollo que se traen de cosas raras, seguro que se inventan algún "tartar" con las bombillas y algunos cables de guarnición.

Y a todo esto, no quiero pensar en el lío que se puede montar en la próxima iluminación navideña de Vigo, con las nuevas bombillas de proteínas expuestas por doquier al alcance del personal.







Los portugueses vendrán en tromba en furgonetas a recolectarlas como si fueran higos para papárselas in situ y con tuppers para llevarse las sobras.

Y ya dentro de los hogares, en vez del jamonero en la encimera de la cocina y el frutero de toda la vida,  empezaremos a poner cestas con bombillas de 40 watios para darles unas lametadas cada vez que pasemos por allí, siempre y cuando nos aclaren que no se nos va a disparar el ácido úrico -por aquello de los cristalitos- ni vamos a ir alumbrando por la calle como E.T.






El problema, a diferencia del jamón, va a surgir cuando se vaya agotando el asunto proteínico de las bombillas y las pongamos a cocer en la olla a presión aprovechando los restos para hacer un buen caldito al igual que venimos haciendo con los restos del jamón.





Van a reventar todas, ya lo estoy viendo.

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