sábado, 18 de enero de 2020

Pobres pensionistas.


El alcalde Pérez Jácome “vacía" los centros cívicos tras suprimir la prensa





El jubilado es una raza muy extendida en nuestro país y, por lo que apuntan los datos disponibles,  en constante crecimiento.

Ante esta circunstancia, citada por muchos como un problema, la hierática Christine Lagarde, figura influyente donde las haya de las finanzas mundiales, proponía poco menos que exterminarlos al igual que hacían en la película "Soylent Green", coprotagonizada por el inolvidable Edward G. Robinson; manifestación por otra parte extraña en ella siendo sionista, con lo que para los judíos representa el exterminio sufrido en la Segunda Guerra Mundial a manos de los nazis. Pero, en fin...

También tengo algún pariente próximo, joven obviamente, que defiende en nuestras conversaciones de sobremesa que no se puede mantener el pago a los pensionistas.

Claro, ni a los pensionistas, ni a los políticos, ni a los "chiringuitos", ni a los mangantes, ni a los vitalicios, ni a nadie.


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¿O es que es menos un señor que ha estado cotizando toda su vida, que algún "mona" que anda por ahí viviendo del erario público diciendo sandeces, sin haber dado antes un palo al agua y teniendo una vida laboral más pobre que su propio currículum, que ya es decir en muchos casos?

Pues bien, la alcaldía de Ourense acaba de rayar en la repugnancia extrema al eliminar la suscripción de la prensa diaria local en seis centros de mayores dependientes del citado concello.

O sea, el chocolate del loro.

En mi opinión, no deberían estar al frente de ningún gobierno local aquellos individuos que carezcan del más mínimo sentido común y con un cociente intelectual inferior al de mi mascota.






En muchos seres de este colectivo la empatía brilla por su ausencia, salvo para detectar votantes potenciales, y la desproporción y desequilibrio en la asignación de los presupuestos nos da muestra del grado de idiocia que puede llegar a alcanzar una corporación o parte de ella.

¿Habrá algo más sagrado para un pensionista, un jubilado, una persona mayor, en definitiva, que echarle un vistazo a la prensa diaria local? ¿Quién se cree que es el polítiquillo de turno para privarle de ese disfrute diario y gratuito de los últimos lustros, al calor de un local público, ya que su menguada pensión no le permite utilizar calefacción en su casa y acude a refugiarse en él? ¿Va el ejecutivo local conseguir corregir su déficit económico con la supresión de seis periódicos de poco más de un euro de coste, a cambio de pretender que miles de pensionistas tengan que invertir 36 euros mensuales de sus ya exiguos y magros ingresos para poder leer la prensa diaria y ver las esquelas de los vecinos que van dejando de leer el periódico para asistir al sepelio?







Ahora que disfrutamos de gobiernos corales, plurales, poliédricos, transversales, integradores y progresistas, debería implementarse el sometimiento a un test de inteligencia para todos aquellos que accedieran a la función pública, incluidos los que ya están en ella; aunque, visto lo visto, sería muy probable que nos quedásemos sin gobernantes en el primer corte y tuviéramos que ir bajando el listón hasta límites insospechados.




domingo, 5 de enero de 2020

La zona de confort

«Buscaba vivir experiencias nuevas fuera de mi zona de confort»






He de confesar que desde hace tiempo tenía ganas de escribir un par de líneas sobre este asunto.

Si no me había decidido hasta hoy fue porque siempre persigo que este blog recoja titulares de prensa tratados desde el humor y esto realmente, de humor tiene poco.

Vamos a ver, a mí esto del tema de "la zona de confort" es un asunto que me cayó muy mal desde el primer día que me lo presentaron en pretéritas épocas de mi vida profesional.

Resulta paradójico que el hombre -sustantivo de género común, aclaro- desde que dejó de ser mono (antes tampoco se sabe, entre otras cosas porque no hablaba) haya ido persiguiendo un bienestar y una zona de confort, aunque para ello hubiera tenido que dar un montón de porrazos y abrirle la cabeza a más de uno de sus vecinos.





Hasta aquí bien, aunque para los vecinos quizás no tanto.

Pues bien, esta necesidad de encontrarse cómodo, confortable, se ha ido agudizando hasta nuestros días, al punto de que actualmente hemos creado una sociedad absolutamente hedonista en la que estamos inmersos y atrapados sin visos de salida.

Todo, absolutamente todo, gira en torno al bienestar, confort, en definitiva consumismo para satisfacer necesidades que previamente nos han creado y hemos adoptado de buen grado.

Por otra parte, los menos consumistas, de alguna manera también se procuran su propio confort a través de diferentes actividades como pueden ser contactos con la naturaleza, practicando deportes, siendo espectadores o protagonistas de diversas manifestaciones artísticas, entre otras.






Ahora, bueno hace ya algunos unos años, llegan unos señores trajeados y engominados, representando a unas compañías siempre extranjeras que ya cobran un plus por su nombre cuanto más impronunciable, mejor; van y le pasan una factura pornográfica a tu empresa para que les escuches decir que tienes que "salir de tu zona de confort".

Hombre, ¡vete al carajo!






Al que te cuenta eso quería yo verle si le quitaran la mitad del sueldo, las dietas, el traje, la gomina y la estancia en hotel de cuatro estrellas, para "sacarlo de su zona de confort".

Vamos a dejarnos de tonterías y empezar a llamar a las cosas por su nombre.

Quien sale de su zona de confort, es porque su zona de confort es una mierda pinchada en un palo, o porque no tiene más remedio que salir por exigencias de su empresa, que le intenta vender la burra con estas delicatessen del management que ciertamente "reconfortan", pero únicamente a quienes las inventan y las venden a buen precio a los inútiles que se las compran.

¡ Hay que ver la cantidad de gente que se gana la vida diciendo sandeces que no hay por donde cogerlas ! 

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sábado, 4 de enero de 2020

Mangar en hoteles de lujo

Colchones, cafeteras y una cabeza de jabalí: los sorprendentes artículos que se roban en los hoteles de lujo.







A estas alturas de la película ya es bastante raro que me consiga sorprender alguna noticia, pero en este caso, aún sin llegar a sorprenderme, si que me pide el cuerpo hacer un mínimo comentario al respecto.

Yo, la primera vez que me alojé en un hotel, no me pude sustraer a la tentación de llevarme un jaboncillo de "Magno", eso sí, con cierto cargo de conciencia por haberme atrevido a semejante hurto, aunque quien esté libre de este pecado, que tire la primera piedra.





Y allí empezó, y terminó, impune, todo mi historial delictivo hotelero.

No entra dentro de mis posibles económicos, si bien he de confesar que tampoco lo anhelo, alojarme en hoteles de lujo, con lo cual esta crónica podría resultar un tanto osada por mi desconocimiento sobre la materia.

En todo caso, ciñéndome al titular, no puedo pasar por alto lo pintoresco del mismo.

O sea, tú coges y vas a un hotel de lujo, porque puedes, te dejas un pastizal en una suite, o lo que sea, pongamos por caso dos o tres mil eurazos, y sales por la puerta con una cafetera de treinta euros camuflada en el bolso y silbando para disimular.

¡ Tú eres tonto !

Y lo siguiente, en la escala de importancia de este choriceo de lujo, es la querencia sobre las cabezas de jabalí:  esto ya es para nota, aunque tal vez  pudiera tener más justificación que lo de la cafetera, bien por venganza porque se parezca a tu suegra y su simple presencia no te haya dejado pegar ojo en toda la noche, o por cualquier otro inconfesable motivo.




¿Cómo conseguiste sacar esa cabeza del hotel sin llamar la atención?, ¿arrastrándola con un cordel como si fuera un caniche y el jabalí sin colaborar ante las miradas incrédulas de los recepcionistas?

Aunque lo que realmente me ha dejado perplejo es lo del colchón.

Aquí ya no hay nada que disimular; tú bajas el colchón por las escaleras -en el ascensor no cabe- y lo vas empujando procurando no caerte, en estas te cruzas con un matrimonio que sube a patas porque tiene claustrofobia en el ascensor, y tú, vestido de Armani -que no vas a ir del Primark porque eres rico- les das los buenos días con una leve y educada inclinación de cabeza y total naturalidad, siguiendo a tu rollo con el colchón como si fuera algo normal; al llegar a recepción, lo arrastras por delante de los empleados al tiempo que haces que los ignoras y sigues empujando mientras el entorchado y uniformado de la entrada te abre las puertas de tu Porsche y se afana en meter el puñetero colchón que no quiere entrar allí por mucho que lo dobles. 






Al final, el colchón termina por entrar, le dejas cien euros de propina a tu colaborador eventual y arrancas el Porsche preguntándote ¿se habrán dado cuenta?.

Es que hay algunos que no sirven ni para ser ricos...

jueves, 2 de enero de 2020

No hay billetes


Renfe ya vende sus billetes de tren en las oficinas de Correos.





Al paso que vamos, los que ya tenemos una edad tendremos que hacernos un pequeño manual de a dónde hay que ir a comprar según qué cosa pretendamos.

Para muestra, el titular de hoy.

Cuando lo más normal del mundo es -o era, mejor dicho- si ibas a hacer un viaje en tren retirar el billete en la ventanilla de la propia estación, viene el internet y para los que lo utilizan, les permite hacerlo desde su casa o cualquier otro lugar.




Hasta ahí, correcto.
 
Ahora bien, los que no dominan eso del internet, que a lo mejor habría que pensar algo más en ellos también, van a ir a la estación de Renfe y los empleados, si los hubiere, los van a reenviar, cual si de paquetes postales -nunca mejor dicho- se tratasen, a Correos a sacar el billete para el tren que va a salir de esa estación dentro de quince minutos.

- un billete para Vigo, por favor
- tiene Vd. que ir a Correos
- no, yo no quiero que me facturen como un paquete, quiero viajar en el tren que va a salir de aquí
- nada, que aquí no se venden billetes
- si pierdo el tren por sus cachondeos le voy a partir la cara
- no será el primero

No es improbable que en algunas estaciones se produzca un diálogo parecido al anterior, porque como la oficina de Correos no esté en el edificio de al lado, perderá el tren, sí o sí.





Si te lo dicen el día de los Santos Inocentes, tendría un pase y después de hecha la gracia, le dirías al empleado que se dejase de gilipolleces, que ya le has reído el chiste, y te diera el billete que el tren está a punto de partir.

Lamentablemente, ni inocentes, ni gaitas; esto es así y punto.

Este despropósito viene a sumarse a la nómina de esperpentos a los que tenemos que acostumbrarnos, cual es el caso de oficinas de bancos sin caja siendo el dinero lo que básicamente se trajina allí, despachos de pan en gasolineras junto a los surtidores, recogidas de paquetes de mensajería en mercerías y un largo etcétera que, al final y por el uso, terminamos por encontrar normal, sin que de normal tenga lo más mínimo.






Lo que no aclara la noticia es si en los despachos de Renfe van a vender sellos de Correos o habrá que ir a comprarlos a la farmacia.

¿No sería más sencillo volver las cosas a su sitio y los bancos cobrar y pagar, las gasolineras expender gasolina, las panaderías vender pan, Correos sellos y la Renfe billetes de tren?

Así nadie se despistaría y todo sería más fácil.