Madrid retira los balones de la Liga pintados en bolardos porque los viandantes los chutaban
Aparte de sorprendente, parece reconfortante que recientemente se hayan encontrado indicios de vida en Venus.
Esperemos que la vida por allá sea más inteligente que la del planeta Tierra y podamos aprender algo de los vecinos venusianos, o como se llamen, dado que más burros que nosotros es metafísicamente imposible que puedan ser.
Resulta que el ayuntamiento de Madrid, en un alarde de no sé qué decoración urbana sui generis, se ha puesto a pintar los bolardos de hierro fundido de sus calles simulando balones de fútbol de apariencia real.
Esto no se le ocurre ni al que intentó asar la manteca.
La gente, que no las piensa, ha empezado a meterles patadas con toda su alma y las consecuencias no se han hecho esperar.
Advierte el titular que ya los han retirado aunque no indican el número de pies hechos añicos que se han registrado en urgencias en las últimas horas desde su instalación.
No quiero pensar en los más osados -que siempre los hay- que hubieran intentado rematar de cabeza emulando al recordado Carlos Santillana; esos ya no irían a urgencias, directamente les habrían quedado pegados los sesos al falso balón.
Aunque, bueno, tal y como anda últimamente el personal, también podrían intentar fumárselos confundiéndolos con qué sé yo que cosa.
Esto me recuerda al ya célebre "tobogán de Estepona" al que dediqué la correspondiente crónica en este blog y que se trababa de un artilugio colocado por el ayuntamiento de aquella localidad que tenía todos los boletos para cargarse a los pensionistas del pueblo antes de que se murieran de otra cosa.
No termino de comprender este actual y desmedido afán por cambiar las cosas por el mero hecho de cambiarlas; un bolardo siempre ha sido un bolardo, aquí y en Vladivostok, y su propia configuración -más bonita o más fea, para gustos- advertía de su presencia y tanto coches como peatones, sabíamos que si te topabas con él, te quedaba la chapa del coche para taller o el pie para sacramentos.
Menos mal que, cometido el pecado, ha llegado inmediatamente la penitencia en forma de rectificación que para algunos, no es de sabios, sino de ineptos y precipitados y, por lo visto, ya han devuelto los bolardos a su estética original mientras los heridos se van recuperando de su imprudencia futbolística.
Porque, en este país en el que todos llevamos un Butragueño dentro ¿quién es el guapo que al ver un balón no le ha metido una patada porque sí?