La Audiencia avala que 14 llamadas en un mes de la misma empresa eléctrica a un vigués no es acoso
En esta sociedad que todo lo normaliza, hemos llegado a un punto en que cualquier cosa nos parece razonable, incluso justificable; vaya todo a mayor gloria del pseudo progresismo que nos ha invadido y que tacha de fachas, retrógrados o leprosos a todos aquellos que nos rebelamos, o -mejor dicho- nos intentamos rebelar, contra esta marea de anormalidades que nos está inundando continuamente.Raro es el día en que nadie llame a tu puerta, a tu teléfono, o te aborde por la calle o en un centro comercial, para ofrecerte un cambio de compañía -en este caso, valga el chiste fácil, si no te llevas muy bien con tu pareja, a lo mejor venía Dios a verte- una adhesión o donativo a una ONG, un cupón para el sorteo de no-sé-qué, o una chapa sobre las ventajas que te supondría apuntarte a los Testigos de Jehová como pírrica solución a tus indigencias espirituales.
He de reconocer que, por mi propio carácter y muy probablemente por deformación profesional, tengo por costumbre comprar solamente aquello que necesito o que me apetece y que me ofrecen de forma reactiva; la proactiva no me interesa, entre otras cosas porque la proactividad tiene indefectiblemente mucho más interés para el que vende que para el que compra.
Hecha la salvedad, dentro de mi corto entendimiento para evitar este tipo de intromisiones indeseadas, intento poner algunos obstáculos a este modus operandi comercial, de tal forma que ya casi ha pasado a constituir un deporte para mí, divirtiéndome con la consecución de mis objetivos, cuestión que no termino de alcanzar totalmente, aunque vaya anotando importantes avances que me incentivan para continuar en mi batalla personal.
En principio, hace años que arranqué el timbre de mi casa, con lo cual, ha dejado de molestarme un montón de impertinentes. Esto vino razonado a través de una mera e imaginaria auto estadística -que probablemente esté generalizada- que me desveló que en 30 años nadie había venido a regalarme unos centollos, un cabrito, invitarme a una fiesta o felicitarme por mi cumpleaños; al contrario, solamente venía gente que me requería por su propia conveniencia, a pedir u ofrecer algo que no me interesaba en absoluto.
Al cabo de los años, sigo sin recibir nada, pero, eso sí, muy tranquilo, sin que nadie me incordie a cualquier momento y con el timbre por adorno.
Sobre el asunto de abordajes en la calle y en centros comerciales, me cabe la satisfacción de que los visito únicamente para lo imprescindible, con lo cual, aunque confieso que me molestan, los solvento con un educado NO GRACIAS, antes de que comiencen su exposición, fuere de lo que fuere.
Llegado este punto y antes de continuar, quiero dejar muy claro que tengo mis mayores respetos por las personas que realizan estos trabajos, de forma equivalente al odio cerval sobre las compañías que los propician y a las que quiero dedicar mis peores deseos con este artículo, deseos de los que hago subsidiarios a quienes los permiten.
Continuando con las trabas que he intentado poner a esta invasión, hace años me inscribí en la Lista Robinson que, de alguna manera, impide las llamadas comerciales a tu teléfono. Tengo que reconocer que, para la línea fija, tiene cierta efectividad, en todo caso, continúo recibiendo llamadas a través de móvil, propiciadas por autorizaciones que, sin darte cuenta, vas dejando en cualquier actuación de los cientos de ellas que haces diariamente a través de redes sociales y en tus lugares de compra y consumo; lo que se ha dado en llamar el Long Tail en internet.
También en las llamadas de móvil voy consiguiendo avances, bloqueando cuantas llamadas recibo de desconocidos que, por supuesto no contesto. Otra cuestión que tengo muy presente es apagar el móvil a mi conveniencia y diariamente toda la noche y hora de la siesta, cuestión que mis familiares y amigos conocen y respetan; al fin y al cabo, si alguien se muere, va a dar igual que vaya al tanatorio dos horas antes o dos horas después.
De este modo, y de forma muy rudimentaria pero efectiva, voy sobreviviendo al acoso telefónico y comercial con cierto éxito y sin visibles efectos psicológicos, que yo sepa.
Y como siempre, remitiéndome al titular de prensa de hoy, no ha sido así en el caso del pobre vigués quien, sintiéndose acosado por una de estas indecentes compañías que le llamaba día sí y día no, recurrió a la Justicia Ordinaria que, en ocasiones se me antoja ordinaria con minúsculas.
La jueza que dictó la primera sentencia consideró que era normal que le estuvieran llamando continuamente y, lo que es peor, la Audiencia Provincial de Pontevedra confirmó la sentencia.
No le voy a dar pistas al vigués, entre otras cosas porque dudo mucho que le pueda llegar este escrito, pero yo, en su caso, llamaría día sí y día no a los respectivos teléfonos particulares de las Señorías responsables de sus sentencias, para ofrecerles Salfumán para retretes -con un descuento del 20% y unas bolas chinas de regalo- hasta que me denunciaran, con la esperanza de que sus propias sentencias sobre el acoso al denunciante olívico, hubieran creado jurisprudencia y me posibilitaran, por el resto de mis días, estar ofreciéndoles Salfumán para retretes con descuento y regalo, a la hora de comer, de la siesta, de la cena, y -por qué no- a las cuatro de la madrugada, pese a que me contestasen catorce veces -como él hizo- que no les interesaba la oferta.
Ojo por ojo, diente por diente; que en ocasiones es como mejor se entienden las cosas.
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1 comentario:
Son francamente insoportables. Un día te llaman de Alicante, al otro de Teruel y así todos los días
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