El auge del vino con cannabis en California.
California lidera la innovación con vinos infusionados con cannabis
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En asuntos vinícolas, para entender de qué manera hemos llegado al momento actual, me gustaría remontarme a mediados del pasado siglo para hacer una breve retrospectiva de los hábitos de consumo en nuestro país.
En los años 50-60 el vino, para consumo en los hogares urbanos, se vendía en almacenes o bodegones al uso. De igual modo, en aquellos tiempos difíciles, el vino servía para socializar en tascas o tabernas en las que se congregaban los trabajadores, mangantes y jubilados, al final de las jornadas, matutinas y vespertinas, unos para beber, otros para charlar y otros para ambas cosas.
En aquellos tiempos en los que la única alternativa era "blanco o tinto", ambos de Castilla y sin asomo de tapa ni nada que se le pareciera, surgieron también las "tazas" de Ribeiro, en las que cualquier parecido con el vino era mera coincidencia; de tal modo que el personal en vez de "ir de vinos" (todavía no se había inventado el modismo), iba a "tomar los vasos", "las tazas", "las cuncas", o los "chiquitos, o chiquitas", según la zona.
La cosa fue evolucionando y las antiguas tabernas devinieron en bares impersonales, perdiéndose las tascas por el camino e incorporando las tapas -gratis- como elemento catalizador de la clientela, que se empezó a mover más por las tapas que por el vino, el local o la antipatía de su propietario.
De este modo, tras varios lustros, llegamos a la irrupción de las vinotecas y al culto al universo del vino en todas sus expresiones, con profusión de catadores, bodegas de diseño, denominaciones de origen y toda la parafernalia que eso conlleva y que todo ello está muy bien; ahora, dentro de esta sofisticación y como nos advierte el titular de hoy, los señores californianos han dado un paso más que no termino de ver muy claro.
Esta gente de California, aparte del cine, el baloncesto y esas cosas, no sé muy bien a lo que anda; cierto es que andar, anda, ya que el cannabis lo tienen legalizado en aquel estado y el personal adicto va con las luces largas encendidas sin más problemas, que se sepa, que en otros lugares; aunque no seré yo quien defienda el consumo de la maría, quede claro.
Por ponerme en contexto y hasta donde yo sé, California, sin llegar a tener las excelencias y singularidades de nuestras Rías Baixas, Ribeira Sacra, Ribeiro, Valdeorras y Monterrei, tiene fama, supongo que merecida, de producir vinos de cierta calidad, cantidad, o, cuando menos, relevancia mediática; al menos eso nos han hecho llegar, hace ya bastantes años los amigos de "Falcon Crest" al tiempo que las informaciones actualizadas lo constatan.
Con tales antecedentes, no sé yo a qué puede obedecer juntar las churras con las merinas, o sea, meterle al vino unos porros "in vitro", cuando lo normal -que tampoco creo que sea tan normal- sería atacarle al tinto californiano y a quién no le bastase con ello, que se metiera después unos "petas" entre pecho y espalda.
Por mi parte, con mi mochila de clásico y tradicionalista, aun sin renegar de avances "sensatos", creo que las infusiones son para dolencias gastrointestinales o, cual es mi caso, por pura afición a tomarlas en tiempo y lugar; en tanto en cuanto, meterle al vino una infusión de cannabis, me parece una auténtica tropelía: ni el vino, sabrá a vino, ni el porro a porro. Tampoco quiero pensar en los efectos secundarios -o incluso primarios- de semejante ingesta; si con el vino te pones alegre y con el porrito te entra la risa floja, a la segunda copa del brebaje este, te ríes hasta en el velatorio de tu madre.
Quizás, pensando en la reflexión anterior, lo hayan hecho para que nos olvidemos del desaparecido y añorado vino de cosechero, mimado y cuidado de forma obsesiva, con una limitada producción de 1.000 o 2.000 litros, para consumo propio y cuatro amigos, con lo cual, si encuentro el californiano a la venta, compraré una botella de esta pócima para ver si me olvido de todo, incluso de este nostálgico artículo.