«La gran cantidad de litio que el agua tiene en Galicia hace que seamos un pueblo muy alegre»
Como ocurre en casi todas las cosas, cabría preguntarse ¿comparados con quién?
Probablemente salvemos la cara ante los bávaros y demás bichería nórdica quienes, exceptuando el desmadre de la fiesta de la cerveza, suelen transmitir una imagen bastante sosa; ahora bien, si nos circunscribimos al suelo ibérico, nos ganan por goleada los andaluces, sin ir más lejos, cuya agua, en vez de litio, debe de llevar Ron Negrita Bacardí.
En la comparativa de alegría no hay más que vernos cantando la "Negra Sombra" o el himno gallego tan alegres y felices y al cambio verlos a ellos arrancarse con una soleá por bulerías con Tomasa "la Macanita" o La Paquera de Jerez, que en paz descanse.
Y ahora que cito la "Negra Sombra" del insigne compositor lucense Juan Montes Capón, se me viene a la cabeza la anécdota de las disputas que antaño tenían lugar en las fiestas patronales de las parroquias de nuestra tierra.
Para los más jóvenes cabe señalar que en las parroquias más humildes, que eran la mayoría, los fastos eran más bien magros.
El festejo, no por pobre menos esperado todo el año, consistía en pasacalles y concierto de una banda de música -de categoría acorde con el presupuesto de la comisión de fiestas- y la correspondiente verbena a cargo del grupo que cumpliera con los mismos imponderables económicos y cuyo repertorio alcanzara a satisfacer los poco exigentes requerimientos musicales del auditorio.
Pues bien, hablando de la banda de música, un clásico del contrato venía implícitamente condicionado por la "retribución en especie" que consistía básicamente en dar de comer y beber -no al hambriento, como propugnan las Obras de Misericordia- sino a los números de la banda en cuestión; ahora bien, nos preguntaremos ¿cómo se definía el menú, cantidad y calidad de esta importante parte del contrato?
Ahí comenzaba el problema; como quiera que los posibles económicos de la época y la recaudación de la comisión de fiestas de pingüe tenía lo justo, la cuestión se solventaba repartiendo a los diferentes músicos entre las casas de los vecinos que estuvieren dispuestos a soportar su manutención en la comida principal del día, como si se tratara de una subasta de esclavos en tiempos pretéritos, de modo que la casa más pudiente del lugar acogía al director de la banda como símbolo del poderío familiar y de la categoría del invitado que, a la sazón, compartiría mesa y mantel con el señor cura, como no podría ser de otro modo; a partir de ahí, el resto de vecinos se peleaba por llevarse al trompetista o al del clarinete, con la indisimulada intención de que, a la sobremesa, les deleitara con unas interpretaciones solistas de sus respectivos instrumentos.
El lío surgía siempre llegado el turno del músico del bombo; nadie lo quería dado que una sobremesa animada por su instrumento, podría empañar la celebración del día y herir la, por otra parte escasa, sensibilidad musical de los anfitriones.
En una ocasión, la comisión de fiestas apoyada por el director de la banda, en su afán por colocar al pobre percusionista en la mesa de alguna casa, se dirigió a uno de los reacios a acogerle con el comentario de "mira si es virtuoso que toca la "Negra Sombra" entera solamente con el bombo".
No alcanzo a imaginar semejante e inédita interpretación, ni el grado de satisfacción de los forzados anfitriones.
Y al final, iba a hablar del estereotipo de la alegría del gallego y se me fue la pinza para otro tema.
Otro día será.
2 comentarios:
Pues a recoger la pinza.
estamos en ello.
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