lunes, 9 de octubre de 2017

Camionero ebrio en María Pita







No es mi intención hacer aquí un manifiesto a favor de conducir pasado de copas, entre otras cosas porque, aparte de ilegal, no me parece correcto; el titular que me mueve hoy es el del camionero atrapado en un túnel.

Vamos a ver, los túneles de María Pita, Parrote y La Marina, a tenor de lo que se publica en la prensa, llevan atrapado más camiones que insectos una planta carnívora.






En una lectura simplona, pareciera que habita dentro de ellos un monstruo que se dedica a atrapar a quien osa penetrar en él.

"Algo tendrá el agua cuando la bendicen", reza el dicho popular; pues aplicado al túnel, algo tendrá este cuando es titular con indeseada frecuencia por sus incidencias.

Para quien haya estudiado diseño gráfico, o esté relacionado con él, es bien conocido que la señalética es una disciplina imprescindible para orientar al personal de forma visual e impactante.

Se trata de que, sin esforzarse demasiado, el individuo se dé cuenta de lo que los indicadores intentan transmitir.




En el caso que nos ocupa, a juzgar por el fracaso, parece que hubiera sido hecho por becarios o por un taimado chapista con taller en las inmediaciones.

Es evidente que ha fallado la empatía, y diseñador y camioneros no tienen la misma sensibilidad a la hora de interpretar las señales que los primeros crean para que los segundos interpreten. A los hechos me remito.







De todos modos, señores "señaléticos", no se preocupen en demasía; peor lo tienen en centros comerciales que le hacen a uno dar más vueltas que un mono para salir de sus laberintos, aunque en este caso lo hagan maquiavélicamente aposta. 

Esta desorientación es visible también en los enormes parkings de importantes centros comerciales y en algunos grandes hospitales, si bien en estos casos, probablemente se deba a que, antes de la inauguración, no han metido a su padre en el parking correspondiente o en el hospital de turno, a ver si tenía huevos a entrar, llegar al sitio deseado y, finalizada la visita, salir sin preguntar nada a nadie y sin dar treinta y seis vueltas antes de hacerlo.






A mí me ha pasado en uno de esos hospitales en el que, intentando ir a Rayos, aparecí en el depósito de cadáveres. Menos mal que estos no se dieron cuenta.

Esperemos que no haga falta que un día alguien se parta el alma, para determinar qué es lo que falla en los indicadores de los túneles y, entretanto, si los camiones van abriendo más y más la entrada a base de chocar contra ella, al final a lo mejor terminan por pasar todos sin necesidad de señales.

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