sábado, 11 de abril de 2020

Padres mal aparcados

La Policía Local denunció a 11 padres mal estacionados




Con la proliferación de los centros comerciales y el cambio de hábitos de nuestra sociedad, se ha abierto un debate sobre la conveniencia de ir a comprar en pareja.

Generalizando, como siempre, es público y notorio que la mujer tiene más querencia por ir de compras que el hombre, al menos para quienes peinamos canas, aunque probablemente para otros también, si bien no estén autorizados a manifestarlo.





Solamente hay que ver las caras de los esforzados acompañantes masculinos en una tienda cualquiera de moda de mujer.

Entusiasmados, lo que se dice entusiasmados, no se les suele ver, o mucho lo disimulan.

También, si estás un poco atento a los diálogos, comprobarás que más o menos siempre son los mismos.

¿Qué tal me queda esta?, le requiere ella mientras aparta la cortinilla del probador.

Muy bien, responde él, intentando sin éxito, mostrar interés en el asunto.

Como si le hubiese hecho caso -pero, para nada, no nos engañemos- se cierra la cortinilla y al cabo de unos minutos:

Mejor esta otra, ¿no?

Sí, sí; esa, mucho mejor, ¡dónde va a parar!






En realidad y para ser sinceros, en función del cariño que uno le tenga a su señora, a los ojos masculinos, todas les quedan bien o todas le quedan mal.

Todo esto sucede mientras el sujeto pasivo no está para nada concentrado en el tema y mira nervioso de reojo el reloj de la tienda comprobando que, al paso que va lo de la falda, ya no va a llegar a tiempo de ver la primera parte del partido de Champions de su equipo preferido, porque su señora no termina de decidirse por la verde esmeralda o la verde botella, mientras él filosofa sobre el trabajo que le cuesta distinguir entre el verde y el amarillo, así, a secas.






El titular de hoy me ha llevado a recordar estas escenas y otras alternativas que también están presentes en todo centro comercial que se precie.

Me estoy refiriendo a los "aparcamientos" para padres, en este caso, parejas o maridos mientras sus compañeras peinan, literalmente, las tiendas durante un tiempo que aquí cobra más subjetividad que en ningún otro lugar: a ellas les parecen diez minutos y a ellos diez horas.

A colación de lo anterior, hay una nueva raza de sufridores a los que sientan en los sillones, estratégicamente situados frente a las tiendas de ropa y complementos, para que puedan sobrellevar mejor la espera y que se quejen lo menos posible, dentro de la obligada resignación con la que ejercen de acompañantes a esos diabólicos lugares.





Lo que tendrán que cuidar las féminas orensanas, lugar del titular en este caso, es en dónde estacionan a "sus respectivos", para evitar las multas que están cayendo en aquella localidad por dejarlos en cualquier sitio mal aparcados y, sobre todo, para que no se los lleve la grúa, que después hay que ir a buscarlos.




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