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En Lugo hay que morir antes de las once del sábado para ser enterrado en domingo
Quienes lo hayan alimentado es que no se han pasado antes por Lugo.
Por aquí, prisas, las justas; no vaya a ser que nos matemos con la velocidad; somos como los canarios pero más por resignación que por idiosincrasia.
De entrada, nos ha llevado más de dos mil años llegar adonde estamos, por tanto, prisa, lo que se dice prisa, no tenemos mucha.
Recuerdo una publicación en este blog en la que comentaba que si querías sobrevivir a un infarto, debería de darte antes de las nueve de la noche, ya que a partir de esa hora, se cerraba el chiringuito en donde te arreglan esas cosas, y las probabilidades de continuar entre los mortales se veían muy mermadas; o sea, si estás en Lugo, infártate pero con tiempo; no me vengas a cualquier hora con esa ruina encima.
El titular de hoy también nos advierte sobre los imperativos horarios para morirse y ser enterrado en tiempo y forma en la bimilenaria ciudad y su coqueto cementerio de San Froilán.
Si tienes algún familiar a punto de palmarla y su deseo -o el tuyo- es que lo entierren en domingo, que es festivo, deberás de apremiarlo para que se olvide de respirar antes de las once del sábado; en otro caso, te lo enterrarán el lunes y ya irá menos gente al sepelio, por aquello de ser día laborable, y el personal, con esa disculpa, se escaquea mucho más de la asistencia, perdiendo el lustre pretendido las pertinentes exequias.
Pero la cámara lenta en nuestra querida ciudad no se circunscribe únicamente a los temas comentados.
Entre otras lindezas que funcionan "modo iguana" por estos lares, merece mención especial el tráfico rodado.
Tengo algún amigo que me comenta que le lleva el mismo tiempo llegar de Coruña al Ceao, que del Ceao a Ramón Ferreiro.
Puede que tenga razón teniendo en cuenta la yincana de rotondas y obstáculos presentes en la calzada que hay que sortear para atravesar el polígono y los innumerables semáforos y pasos cebra de la avenida de La Coruña.
El otro día me adelantaron, un patinete por la izquierda y una bicicleta por la derecha, sin que esto tenga connotaciones políticas, yendo yo en mi coche por la Ronda, respetando escrupulosamente su límite de velocidad a 30 km/h., mientras comía pipas para entretenerme.
Si a ello unimos la sincronización -o, mejor dicho, la desincronización- de los semáforos, resulta creíble la afirmación de mi amigo.
Se comenta que hay conductores que aprobaron oposiciones estudiando las diferentes asignaturas en sus coches mientras esperaban el cambio a verde; otros, menos aplicados, aprovechan para echar una siesta reparadora de unos cuantos minutos, interrumpida por los inoportunos bocinazos de aquellos que intentan ganar el paso antes de que lo vuelva a cerrar la señal luminosa.
La premiosidad de los semáforos en ocasiones contagia a los conductores; he sido testigo de cargo de cómo se ha abierto y cerrado un semáforo en Lamas de Prado sin que haya llegado a pasar siquiera el primer coche detenido en él; nada que ver con el que hay al final de la misma calle en donde hay gente, no residente en la zona, que se baja de los vehículos para zarandearlo creyendo que se averió y se quedó en rojo para siempre.
Desde mi ignorancia sugeriría que la autoridad competente suprimiese de forma experimental todo tipo de señales, semáforos y limitaciones y dejase la circulación a libre albedrío del pueblo, que cada quien ande como Dios le dé a entender, a ver qué pasa.
A peor no va a ir, eso seguro, y a lo mejor llegamos a tiempo a los sitios y todo.
Y lo de los entierros y los infartos, a ver si lo arreglamos otro día.
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